martes, 21 de diciembre de 2010

El gato que cantaba a la luna

Érase una vez, un gato callejero que amaba a la luna por encima de todo. Todas las noches subía al edificio más alto de la ciudad para mirarla. Había noches en las que incluso se atrevía a cantarle románticas serenatas, valses y arias. Sus maullidos, lejos de molestar a los vecinos, hacían que se asomasen a sus ventanas con increíble curiosidad.

-¡Vaya con el gatito! Otra vez está cantándole a la luna. Seguro que un día, la tiene a sus pies. - decían algunos.

Y nuestro pequeño Romeo, que les veía por el rabillo del ojo, sonreía animado.

Una buena noche el gato subió a buscar a su amada, como cada noche desde hacía años, pero la luna se retrasaba como si fuese una segunda cita. El gatito se tumbó, apoyando la cabecita en sus patas delanteras, y se puso a esperar. Mientras lo hacía, vió algo extraño a lo lejos: algo brillaba intensamente abajo, en la acera. Agudizó su mirada, y se dió cuenta de que era su luna quien brillaba, bajo el brazo de una extraña criatura. Era un pequeño trasgo, como el de los cuentos de hadas, que corría dando pequeños brincos llevándose a la reina del cielo nocturno.

-¡Alguien ha raptado a la luna! - exclamó el gato asustado.

En cuatro saltos bajó del edificio y arrinconó al pequeño diablillo en el fondo de un tortuoso callejón. Estaba lleno de basura: latas, cartones, comida sobrante y unas plumas blancas. ¿De qué serían aquellas extrañas plumas?
Nuestro intrépido amiguito no tenía tiempo para distracciones, pues veía como el trasgo intentaba escapar entre la basura. Vió como apartaba un par de cubos, y aparecía ante él una vieja lavadora rota. El trasgo entró en ella, y con un fogonazo de luz azul, desapareció. ¡Así, sin más.!

-¿A dónde habrá ido? - pensaba el gato mientras olisqueaba aquel destartalado electrodoméstico.

Se asomó a su interior con curiosidad, pero allí no había nadie. Poco después, tras haber entrado casi sin darse cuenta... ¡Puf! Apareció cayendo por un remolino azul y morado. Caía y caía, todo dándole vueltas a su alrededor.

-¡Miau! - exclamó el gato asustado - ¿Dónde estoy?¿Qué es esto?

Y seguía cayendo. A medida que descendía, vió un montón de estrambóticos e inverosímiles objetos: relojes, notas musicales, ojos... todo girando a su alrededor. Nuestro protagonista, tan mareado estaba, que no pudo hacer otra cosa que cerrar los ojos hasta que todo hubiese pasado.

Cuando los volvió a abrir, se dió cuenta de que ya no estaba en aquel demente torbellino, sino que se encontraba en un lugar maravilloso. Grandes praderas verdes se extendían a sus pies, como una caliente y mullida manta. Amapolas a punto de desbordarse de sus colinas al norte. Un río al este precedía a una cascada de agua azul y cristalina, con meandros rebosantes de vida. Girándose al Sur, vió un cartel en el que rezaba:

"Bienvenido al Reino de la Fantasía".

El asombro duró poco, pues correteando a lo lejos, el trasgo se escabullía en un bosque que había al Oeste.

-¡Tú, ladrón! ¿Qué haces con mi luna? - gritó el gato mientras le perseguía.

El trasgo no contestó. Reía y reía sin parar de correr. Al poco, los árboles del bosque ocultaron a aquel lunático cleptómano, dando esquinazo a nuestro protagonista. Las risas se oyeron un poco más, apagándose poco a poco. El gato miró a su alrededor, y con miedo, se dió cuenta de que se había perdido.
Veía árboles por todas partes, y no recordaba por donde había llegado. Preocupado, maulló lastimosamente, hasta que una voz le contestó:

-¿Qué hace que maulles con tanta tristeza, gato?
- ¿Quién eres? ¿Dónde estás? ¡No te veo! - contestó el gato mientras intentaba descubrir de donde procedía la voz.
- Soy el árbol que hay a tu derecha - dijo una delgada higuera que se encontraba a su lado.
- Un trasgo ha robado a mi luna, y siguiéndole he acabado en un lugar muy extraño. Estoy perdido, cansado, y no he conseguido recuperar a mi amada - sollozaba el gatito entre lágrimas.
- ¿Tu luna? - exclamó extrañada la higuera - ¿Desde cuando una luna puede pertenecerte?
- Bueno, Señora Higuera, en realidad no es mía, mas bien soy yo el que es suyo. Mi corazón le pertenece, y no sabría qué hacer durante el resto de mis noches si no pudiese cantarle.
- Ahá. Qué extraño eres, gato - dijo el árbol parlante sin comprender muy bien.
- ¿Has visto por dónde ha ido?
- Continúa por ese camino - dijo el árbol señalando con su rama.

El gato caminó durante un rato, hasta que vió una casa vieja que se caía a pedazos. Miró en su interior, y vió al trasgo sentado a la mesa, con sus hijos y su mujer. Los niños trasgo estaban en los huesos. Tenían hambre.
-Querida familia, estamos pasando una mala época en el Reino de la Fantasía. El paro aumenta cada día, y no veo ninguna posibilidad de encontrar trabajo. Desde que perdí mi empleo en la guarida de la bruja por el recorte de personal, hemos tenido que apretarnos el cinturón. Los espíritus políticos se insultan los unos a los otros en lugar de solucionar los problemas, y las huelgas de controladores de trolls no ayudan mucho. Además, los vertidos tóxicos de las hadas y la consiguientes pérdidas de cosechas han hecho subir el precio de las setas... pero bueno, ¡he encontrado una solución! Como bien recordareis, hace algunos días encontré una planta de arroz mágico. Cuando crece, es capaz de dar tanto arroz, que daría de comer a todo el Reino para siempre.
- Pero cariño - interrumpió la mujer trasgo - esas plantas mágicas solo crecen gracias a la luz de la luna. Jamás crecerán en un reino sin luna.
- Claro que lo sé tesoro. Por eso, en uno de mis paseos por el mundo real he estado buscando una. Y cual fue mi sorpresa, cuando ví una... ¡abandonada y tirada en el cielo! Esa es la razón por la que la he recogido, para darle un buen uso. ¡Por fín se acabará el hambre!

El gato no daba crédito a sus oídos. Nunca hubiese pensado que aquel trasgo y su familia, criaturas de fantasía, pudiesen tener aquellos problemas. Ya no tenía tan claro si quería recuperar a su amada, al menos bajo aquellas condiciones. En su poder estaba el decidir si acabar con el hambre de aquel reino, o devolver a su querida al lugar que le corresponde, y cantarle todas las noches. Elegir entre la solidaridad desinteresada hacia un mundo desconocido para él, o el egoísmo personal.

Mientras pensaba, la familia continuaba hablando en el interior de la casa, y al llegar la noche, el gato comenzó a afilarse las uñas.





lunes, 13 de diciembre de 2010

El extraño caso del Ángel

El reloj marcaba medianoche mientras la luna se paseaba por los cielos como una gata en celo. La lluvia golpeaba el suelo con desgana. Era fría y fina, mojaba la cara, pero no empapaba la ropa. A pesar de que no había viento, notaba como bofetadas de olor a podrido golpeaban mi nariz. No era la basura del callejón: era esta jodida ciudad.

Sangre, vicio y corrupción estaban escritos en las paredes de toda la urbe, congestionando una atmósfera ya de por sí cargada. De las alcantarillas emergía un vapor blanquecino que ocultaba el fondo de los callejones y me impedía ver como los cubos de basura digerían la mugre. No pude evitar acordarme de mi segunda ex-mujer, pero eso es otra historia.

Aquella noche de finales de otoño iba hacia donde Jimmy el soplón acostumbraba a dejarse ver los miércoles por la noche. Y es que todos tenemos nuestros vicios: a mí me encanta intentar dejar de fumar, y a Jimmy le vuelven loco las putas. Me acordé entonces de mis queridos enemigos los cigarrillos, y decidí dejarme caer en la maldición de meterme uno en la boca. No tenía ganas de fumar, pero para mí era como ponerme zapatos al salir de casa. Sí, lo sé, soy un animal de costumbres.

Llamé a la puerta de aquel tugurio con olor a cerveza y orina. Un hombre con camiseta de tirantes me abrió la puerta. Me miró de arriba a abajo mientras jugaba con un mondadientes en los labios. Fruncía el ceño, esforzándose en decidir si me dejaba pasar o no.

- Tranquilo Bob, le conozco.- dijo Jimmy.

Bob hizo un gesto con la mano, invitándome a entrar. Así lo hice. Bob miró a ambos lados del callejón, cerró la puerta y con un gruñido y fue a sentarse a su polvoriento sillón de todas las noches. Vi a Jimmy sentado en el sofá de enfrente, abrazado a dos prostitutas que bien podrían ser sus hijas.

- Tu dirás John, ¿cómo puedo ayudarte hoy? - me preguntó.

- Estoy buscando información sobre la serie de asesinatos del Ángel – dije mientras tiraba mi consumido cigarrillo al suelo. Total, una colilla más en aquel suelo no se iba a notar. Lo apagué pisándolo con la punta de mi zapato mientras Jimmy parecía calcular un precio.

- Lo conozco, lo conozco... pero.... hablemos antes de pasta, que estas preciosidades no se van a pagar solas – dijo Jimmy mientras acariciaba a la chica de su izquierda. - te contaré todo lo que sé por diez dólares.

- Te daré cinco, y si me gusta, iré subiendo hasta los diez. Hoy me siento generoso.

- Está bien. No te arrepentirás. Como bien sabrás por la prensa, algún pirado o héroe ha estado tomándose la justicia por su mano, y cuatro de los cinco capos de la ciudad han caído como ratas. Sammy-Boy abatido a tiros en su coche. A Jack del distrito Oeste, se lo encontraron ahogado bajo el puente del Polígono Sur. Thomas el Loco acuchillado en su cama, y Charlie Manos Blandas con un tiro en la sien a tres manzanas de aquí.

- Cuéntame algo que no sepa, Jimmy.

- Está bien, está bien. Como sabes, Bill es el único que queda vivo. Dicen que está acojonado y que no sale de casa. Tiene a todos sus hombres montando guardia en la puerta y no le dejan solo ni para ir a mear. Pero... tiene un secreto, y esto te va a gustar...

Jimmy se tomó un par de segundos para continuar. Estaba relamiendo su momento de gloria. Todos los soplones son iguales. Cogió aire y continuó:

- Todos los miércoles va a ver a un chapero a dos manzanas de aquí. Lógicamente va solo, pues como sus hombres se enterasen de que es un marica, le harían durar menos que un gramo de heroína en este prostíbulo. ¿Verdad que sí, chicas?

- Entiendo. ¿Y cómo has hecho tu para enterarte de algo aque ni sus propios hombres saben?

- Johnny, Johnny, Johnny. ¿Cuántas veces te he dicho que yo no revelo mis fuentes? Solo te diré, que las prostitutas no me gustan solamente por el sexo.

Le dí los diez dólares. Se los había ganado. Salí corriendo de aquel antro en busca de Bill. Era miércoles por la noche, y estoy seguro de que el Ángel conocía el secreto del capo. Mientras me dirigía hacia allí, repasé los elementos comunes de los asesinatos: en todos aparecía escrito en la pared más cercana la palabra “Ángel”. Las muñecas de las víctimas, estaban marcadas por un corte hecho con cuchilla de afeitar, de donde extraía la sangre para sentenciar su firma sobre los murales. Probablemente, las víctimas estuvieran vivas mientras el asesino dejaba su marca en la pared. Ninguna otra pista más. Miento, siempre dejaba unas cuantas plumas por la zona del crimen. Todo un fetichista.

Voces. Escuché voces que provenían del callejón paralelo. Era la voz de Bill. Saqué mi revólver Smith & Wesson 629 y corrí hacia allí. Proyectado sobre la pared, aparecían dos sombras. Dos hombres con gabardina y sombrero parecían discutir acaloradamente. Las siluetas eran enormes, por lo que la fuente de luz debía de provenir de abajo. La silueta del hombre de la izquierda se abalanzó sobre el otro, pero antes de que pudiese rozarle, el de la derecha sacó una pistola, y la disparó sobre el pecho de su contrincante, el cual empezó a retorcerse de dolor. Los brazos, intentaban abrazar al aire, mientras que sus dedos, encogidos como formando unas garras, parecían clavarse en el alma que se le escapaba. Se oyeron más y más disparos. El asesino se estaba ensañando con el cadaver de Bill. Cuando conseguí llegar, el asesino se había quedado sin balas.

- ¡Alto! - Exclamé al hombre. Si lo capturaba vivo, supondría el resurgir de mi maltrecha carrera como detective privado.

- Justo a tiempo, John, justo a tiempo – dijo el asesino.

Aquel hombre me conocía. No podía reconocerle, pues le veía a contraluz, con el resplandor de los focos de un coche a su espalda.

- ¿Quién eres? - grité

- John, quién soy importa poco. Lo realmente importante aquí, es que voy a darte una elección...

- ¡Manos en la cabeza, y tírate al suelo o disparo! - exclamé sin dejarle continuar

El hombre continuó hablando haciendo caso omiso de mi amenaza.

- Voy a darte una elección. Como bien sabes, he limpiado la ciudad de todos los capos. A partir de ahora, se acabará la corrupción, la violencia, drogas, vicio etc... Será una ciudad limpia. Solo queda algo: resolver el misterio de quién es el asesino. Voy a darte a elegir: puedes pegarme un tiro, y quedarás como el detective privado que resolvió el caso más importante de los últimos veinte años. Te cubrirás de gloria. Serás famoso.

- ¿Y cual es la otra opción?

- La otra opción, es que te vueles tú mismo los sesos. Yo dejaré dispuestas las pruebas que apunten hacia que tú eras el asesino. Así, morirás como el héroe que acabó con el pecado en la ciudad.

- Estás loco. Aunque lo hiciera... ¿cómo podría fiarme de tu palabra?

El asesino levantó su gabardina, e hizo un ademán de sacar un arma. No lo dudé, y disparé mi arma. Cuando me acerqué a ver al cadáver, vi a aquel hombre sonriendo.

- Ya has hecho tu elección – dijo el asesino.

Tenía algo en la espalda. Plumas blancas como las encontradas en las escenas de los crímenes. Suaves, blancas, luminosas. Eran unas alas de ángel. Meciéndose con el vaivén del viento, pensé que aquello era lo más bello que había visto en mi vida. Poco a poco, éstas fueron desapareciendo. Su cara comenzó a desfigurarse, hasta tomar la forma de un ser completamente desconocido.

- Mierda.

sábado, 4 de diciembre de 2010

Nicolás, inocente y despistado

No hizo falta que Nicolás se palpase los bolsillos: cuando cerró la puerta, supo que se había dejado las llaves, la cartera y el móvil dentro de casa. No había nadie dentro del piso, por lo que tendría que contactar con su casera, y todavía era muy temprano. Además, llegaba tarde a la facultad.
Una vez en clase, pidió a un amigo su móvil para hacer una llamada, pero la casera lo tenía apagado todavía.

-"Esperaré hasta la hora de comer" pensó Nicolás.

Ese día, las clases pasaron rápido. Nicolás era un chico alegre y optimista. Siempre veía las cosas buenas de la vida. Tenía muchos amigos (casi todos en la universidad), y se había ganado el sobrenombre de "El Niño" debido a su ingenuidad e inocencia. En resumidas cuentas, Nicolás era un veinteañero con un espiritu que se negaba a hacerse mayor.

Habló por fín con su casera y ésta le dijo que el portero del edificio guardaba una copia de las llaves. Nicolás sonrió aliviado, y continuó con las clases de después de comer.
Cuando llegó al portal de su casa, vió al portero leyendo, como siempre.

-"Hola chico, tu casera me ha avisado. ¿Aún necesitas las llaves?" dijo el portero sonriendo.
Nicolás dijo que sí cogiendo las llaves que aquel hombre bonachón le ofrecía. Le dió las gracias tanto al cogerlas, como cuando se las devolvió tras recuperar las que había dejado olvidadas en casa.
-"Si te vuelve a pasar, ya sabes que tengo una copia" dijo el portero.
-"Vale, espero que no me vuelva a pasar" contestó Nicolás.

Mientras subía de nuevo al piso, se quedó pensando:
-"¿Cómo sabía que era yo el que necesitaba las llaves? Mi casera le habrá dicho que un chico las necesitaría pero... ¿cómo me habrá reconocido? ¿Porqué guarda una copia de las llaves?" En todo esto pensaba mientras hacía la cena.

Tras ver un rato la tele mientras cenaba y leer otro tanto en la cama, llegó el momento de apagar la luz. Poco a poco los ojos se le cerraron, y soñó con cosas bonitas.
Cerca de las tres de la madrugada, el mismo ruido de siempre volvió a despertarle. Era como cuando alguien cierra una puerta con cuidado. Nicolás no le daba importancia, pues sus vecinos eran ruidosos y les echó la culpa a ellos. Bostezó y se volvió a dormir.

Unas semanas más tarde, como cada noche, cerca de las tres volvió a despertarse, solo que esta vez no escuchó ningún ruido.
-"Mmmm tengo algo de sed" pensó Nicolás. Estiró la mano y encendió la lámpara de la mesita de noche. La luz le cegó, por lo que cerró sus ojos instintivamente. Poco a poco, fue acostumbrándose a la luz y vió a un hombre en la cama, tumbado a su lado: era el Portero.
Nicolás, asustado, se cayó de la cama despertando al Portero.
-"Pero pero... ¿se puede saber que hace usted en mi cama?" dijo Nicolás mientras el corazón parecía salírsele del pecho. El Portero, incorporándose poco a poco, como si aquella no fuese consigo, se sentó al borde de la cama diciendo:

-"¿Qué sucede? Estoy aquí, como todas las noches. Aún faltan unos quince minutos antes de irme a casa del siguiente vecino" dijo mientras miraba el reloj de pared.
-"¿Cómo? ¿¡Me está diciendo que viene aquí todas las noches!?"
-"¡Pues claro! Para algo soy el portero"
-"No comprendo" dijo Nicolás mientras se incorporaba.
-"No me digas que no sabes por qué los porteros vamos a las casas de los vecinos por las noches" dijo el Portero mientras arqueaba una ceja.
Como vió que Nicolás no contestaba y que no cambiaba su cara de asombro, continuó:

-"Los porteros no solo mantenemos el edificio, sacamos la basura o vigilamos que no entren intrusos al edificio, sino que también protegemos a los habitantes de los malos sueños. ¿Porqué crees que guardamos una copia de las llaves de cada vivienda? Entramos por la noche sin molestar, y dormimos un rato al lado de cada habitante, asegurándonos de que ningún mal sueño les invade."
-"Vaya. No lo sabía" dijo Nicolás asombrado.
-"Ya me he dado cuenta. Bueno, te me has despertado, pero ya me toca irme a la siguiente casa. ¿Te sientes como si fueses a tener una pesadilla o algo?
-"Pues... no noto nada"
-"Ajá. Bueno, si esta noche tienes una pesadilla, dímelo mañana en portería".
-"De acuerdo" dijo Nicolás asintiendo.
El Portero se fue de la casa, cerrando la puerta con cuidado. Ahí tenía Nicolás la explicación de su ruido. Una vez asimilada la información de su ruido, Nicolás apagó la luz y cerró los ojos. Durmió sonriendo, y soñó con cosas bonitas.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

La Reina Negra

El Sol aún no había salido, y Abla ya lo estaba esperando. Desnuda, como cada mañana, veía amanecer desde lo más alto de su torre. Si los hombres de su reino lo hubiesen sabido, habrían envidiado al astro rey, pues Abla, además de ser quién más madrugaba, era la reina del País de la Arena, y también la más bella.

Gobernaba un reino lejano, rodeado por desiertos, y bajo un sol abrasador. Sus gentes, eran amables y siempre sonrientes, de piel oscura y ojos claros que desde lejos, parecían espejismos sobre las dunas del desierto.
Para el País de la Arena, éste era un día especial, pues era el cumpleaños de su soberana. Abla cumplía los dieciseis veranos, edad en la que era costumbre casarse. Pero a pesar de que pretendientes no le faltaban, ella no encontraba ninguno de su agrado y los rechazaba lo más amablemente posible.

-"Ya llegará" decía, "ya llegará".

Y llegó. Una noche, cuando Abla todavía no se había ido a dormir, vio a un hombre que caminaba hacia el este. Le llamó bastante la atención, pues la calle estaba desierta aquella noche. La reina, cubrió su bello cuerpo de azabache con una bata, y bajó al encuentro de aquel misterioso viajero.

-"¿Quién va?" dijo la reina con su cálida voz.
-"Soy un rey, que viaja hacia el Este. ¿Quién lo pregunta?"
-"Soy Abla, reina de la arena que estais pisando. ¿De dónde sois rey?"
-"Soy monarca de los cielos, soy el Astro Rey" dijo.
Entonces, el hombre descrubrió su rostro, revelando unos ojos brillantes, y piel tostada. Abla quedó hipnotizada por su belleza.
-"Viajo hacia el este, para poder amanecer como cada mañana" dijo mientras se cubría de nuevo su cabeza con la capucha, y se ponía de nuevo en camino.
Abla vio al viajero alejarse sin decir una sola palabra. Siempre había amado al sol, pero esta vez, se había enamorado del hombre.

Durante varias semanas, Abla bajaba por las noches en busca de su amado, sin suerte. Veía al sol cada día, y deseaba volver a verlo en forma de hombre. Un día, decidió que construiría una torre tan alta, que podría alcanzar los cielos. Mandó tal empresa a sus súbditos con tal ahínco, que a las pocas semanas, su proyecto ya estaba acabado.

Al día siguiente de la finalización de la torre, Abla se había levantado más pronto que de costumbre. Hoy iba a subir en busca del sol, en lugar de esperar a que él dejase entrar sus rayos por los ventanales.
-"Todavía faltan unas cuantas horas antes del amanecer" pensó Abla. "Mejor, así podré esperarle, y darle una sorpresa". Con todos estos pensamientos, Abla se puso en camino.

La torre se veía mágica aquella noche, de eso no había duda. La luna, que brillaba intesamente tras su escalera hacia los cielos, estaba completamente llena. Cualquiera hubiese podido pensar que estaba celosa. Abla se adentró en la torre, y comenzó a subir con excitación. Cuando llegó a lo más alto, comenzó a buscar por donde saldría el sol, pues deseaba recibirle y declararse. Sus pisadas eran gráciles sobre aquel cielo negro y, salvo algún tropezón con alguna nube despistada, no notó diferencia alguna con el suelo firme. Allá por donde caminaba, iba dejando un reguero de arena en los cielos para que cuando tuviera que volver a la torre, pudiese encontrar el camino seguido fácilmente.

El sol aún no había salido, y Abla ya lo estaba esperando. Esta vez, estaba vestida, pues no quería causarle una mala impresión. El sol salió, pero no era un hombre sino una gran bola de fuego, como el sol que aparece cada mañana. La reina, se abrasó con el calor, y quedó brillando en el cielo para siempre.
El camino de arena, también quedó allí, brillando, y los antiguos la llamaron la Vía Láctea. Si algún día madrugas y miras hacia el cielo, verás todavía a la reina del País de la Arena: los antiguos la llamaron Venus, y otros, El Lucero del Alba.

lunes, 22 de noviembre de 2010

La mente de una dragón

Sé que puedes leer lo que estoy pensando. Imagino también, que tras haber leído el título habrás adivinado que soy una dragón.

Otros como tú, seas lo que seas, han hecho lo mismo en muchas otras ocasiones. Buscan mi conocimiento, pues soy una criatura milenaria y de casi eterno saber. Espero que mis pensamientos puedan satisfacer todas tus preguntas e inquietudes.
¡Un momento! Huelo algo extraño. Algo... similar a mí. Algo.. con vida. Pero es también diferente, pues no huele a dragón. ¿Qué será? Parece físico, sin duda, no es un pensamiento, pues mi nariz nota el roce del aire al entrar. Es algo tangible, como las firmes paredes de mi cueva, los límites de mi universo terrenal.

Se mueve. Su olor es cada vez más intenso. Va creciendo la densidad de su aroma tanto, que casi puedo paladearlo. Van apareciendo nuevos matices a medida que se acerca. No noto la lisa suavidad de las escamas. Es como si lo envolviese una textura diferente, más fría. ¿Existen, otros seres físicos además de mí? Porque tú, lector,debes ser producto de mi imaginación, como el resto de mi mundo inmaterial. El olor continua incrementando y cogiendo forma, se aproxima rápidamente para su diminuto tamaño, pues no debe de medir mas de la mitad de mi garra. Se acerca desde la roca con forma de ala que hay cerca de donde dormí hace un rato. ¿Provendrá de más allá de las paredes? Eso es imposible. No existe nada más allá de ellas, y solamente el cuestionarmelo me parece inverosímil.
¡Puedo ver como la roca está siendo atravesada por algo! El olor ha tomado forma, y mis ojos la ven tal y como mi olfato la había percibido. Qué criatura tan extraña. Efectivamente tiene el tamaño de la mitad de mi garra, quizás algo más grande. Camina sobre sus patas traseras. Está envuelto en algo brillante y que parece muy sólido. Su cabeza, está al descubierto. No tiene hocico como el mío, pero tiene dos ojos, boca y una diminuta nariz al menos. Su piel es rosada, como la parte anterior de mi cuerpo.
Acabo de intentar saludarle, pero mi rugido debe de haberle asustado. ¡Agita un objeto afilado y tan brillante como su coraza, e intenta dañarme! ¿No comprende que no es mi deseo el dañarle? Corre hacia mí, ya que no posee alas y... se detiene. Está intentando comunicarse conmigo. Debe de poder leer mi mente, pues al pensar que no quiero hacerle ningún mal, ha detenido su carrera y ha comenzado a emitir sonidos a través de su boca. ¡Son palabras! Como las que soy capaz de pensar. ¿Cómo lo hará? Yo solo puedo rugir.
Dice que es un hombre. Que viene a salvar a la oráculo. Le explico que aquí solo estamos mis rocas y yo. Debo de ser a quien ha venido a buscar. Él, abre los ojos al asombrarse, como yo, y dice que imaginaba una mujer, una doncella en apuros, a un ser humano hembra. Me explica, que más allá de las paredes hay más seres humanos como él, pero que hacen el mal manteniendo presa a una oráculo. ¿Me estarán manteniendo presa a mí? Algo llamado magia, hace que mis ojos solo puedan ver roca, y que mis dedos no pasen de ella. ¿Será posible que toda mi vida haya sido una mentira? El hombre me habla de montañas y ríos. Me habla de algo azul y maravilloso, llamado cielo que lo cubre todo, como si fuera el techo de mi cueva. Oigo más ruidos. El hombre se pone en pie, y me pide que me prepare para el combate. Y entonces sucedió: las paredes se desvanecieron. Todo mi mundo cambió. Sigo viendo piedra, pero ahora veo que mi cueva, en lugar de ser esférica, es alargada, y veo una luz al final. Todo el camino está lleno de otros hombres, también con objetos punzantes en sus garras, solo que les cubre un manto blanco. Me quedo pasmada ante semejante espectáculo. Mi nuevo compañero me pide ayuda. Me grita que estos nuevos seres son los integrantes del culto que me mantenía presa.

Aspiro aire, mucho aire, y lo expulso, arrastrando un calor insufrible por mi garganta. Mis fauces, se abren, lanzando el fuego destructor que abrasa a todos estos diminutos captores. Se revuelven envueltos en llamas, y finalmente caen. Mi amigo se lanza a la captura del único que sigue en pie, apuntándole con su objeto punzante a su diminuto cuello. Veo agua brotar de sus ojos, y emite sonidos lastimeros, mientras pide piedad. Nos explica, que fuí colocada hace milenios por el Culto dentro de la cueva, cuando todavía estaba dentro de mi huevo. Utilizaban un hechizo para que yo no pudiese ver el exterior, y otro para que pudiesen leer mi mente. Así, podrían adquirir el conocimiento cósmico y universal, sin las impurezas del saber mundano. Imagínate, una mente como la mía, tan vieja como la de ningún otro ser. El sectario corrió hacia la luz. Mi amigo, se encaramó a mi grupa, y me lancé al vuelo, desplegando mis majestuosas alas, nunca antes extendidas. Pero.. tras avanzar unos pocos metros, miré hacia la luz.

Ví algo hermoso y simple que no había contemplado en mi toda mi vida: ví algo azul.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Polvo, tequila y polvo

La bala atravesó el sombrero del pistolero, perforó su cráneo, y le tiró del caballo. Ya estaba muerto antes de que el cuerpo inerte levantase polvo al impactar contra el suelo. Cuando aún estaba cayendo, el pistolero vió pasar toda su vida por delante de sus ojos con pesadez, como cuando alguien arrastra los pies.

Recordó toda su vida, desde su niñez hasta la llegada de aquel forastero a la ciudad. Recordó como cuando tras ofrecer a aquel viejo hombre demasiados tequilas, le contó como había sido capaz de burlar a la muerte en tantas y tantas ocasiones. Mientras lo hacía, se lo demostró: introdujo 7 balas en su revolver, dejando sólamente un hueco en el tambor, lo giró al azar, y apuntó a su propia sien. Click. Volvió a girar el tambor, y volvía a intentar disparar. Ninguna bala salía del cañón. El forastero reía, pues cada vez que apretaba, el resultado era el mismo.

- "¿Cómo lo hace?" inquirió el pistolero. "No consigo ver la trampa"
-"Porque no hay ninguna trampa." dijo el forastero mientras engullía otro trago. El pistolero, arqueó una ceja:
-"No comprendo".
El forastero sonrió, presumiendo de su astucia.
-"¿Has oído hablar alguna vez, de aquel viejo dicho que dice que cuando vas a morir, puedes ver pasar toda tu vida por delante de tus ojos?" El forastero esperó a que el pistolero asintiera.
- "Pues bien, yo una vez descubrí, que este recuerdo puede cambiarse, como quien desvía el agua de un río". continuó diciendo, mientras secaba la tequila de su barba con la manga de la camisa. -"Por eso, he venido a matarte" sentenció mientras encañonaba el revolver contra la frente del pistolero.
-"Pero.. ¿¡qué dice, buen hombre!?"
-"Verás hijo, si te dejo vivir, dentro de 3 días exactamente, serás tu quien acabe con mi vida. No pongas esa cara de bobo, pistolero. Te lo voy a explicar: tú y yo llevamos intentando matarnos el uno al otro desde hace decenas de años, a través de nuestros recuerdos, cambiando la vida que vemos pasar delante de nosotros al ver llegar la guadaña de la muerte. Yo intento matarte, tu ves toda tu vida, y cambias algo en ese recuerdo, para poder matarme antes de que yo pueda intentarlo. Entonces, veo yo mi propia vida, y cambio algo. Y siempre es así, una y otra vez."
-"Lo sé. Pero cuando aprietes el gatillo, no saldrá ninguna bala." espetó el pistolero mientras sonreía.
Click.
Inmediatamente, y antes de que el forastero llegara a asombrarse, el pistolero ya le había cogido del brazo, estirado, y colocado su cabeza contra la barra, inmovilizándole.
- "Forastero, este es mi recuerdo y no el tuyo, soy yo el que se salva" dijo tranquilamente mientras de forma desganada, sacaba el revolver y lo dirigía al corazón de su archienemigo. El viejo hombre, no decía nada. Su rostro no reflejaba miedo. Solamente impaciencia.
-"Yo de tí me preocuparía. ¿Porqué crees que te he emborrachado?"
El forastero disfrazaba su rostro de terror mientras el fuego del arma quemaba su corazón. El pistolero contestó mentalmente a su propia pregunta. "Porque así, no podrás recordar nada".

Todo había acabado. Después de incontables veces que había vuelto a vivir su vida, matando y dejándose matar, por fín dió fín a la locura. Sabía que él ya no podría volver de entre los muertos, pues el alcohol había nublado la mente de su némesis lo suficiente como para que no pudiera volver a vivir su vida de nuevo, y evitara su muerte. No. El tequila había cumplido su misión, y había matado su lucidez.

El pistolero salió del bar, se sentó en las escaleras, y encendió un cigarrillo. Miró hacia atrás: nada. El forastero estaba bien muerto, y la madera del suelo absorbía su sangre.
-"Veo que por fín has acabado tu misión" dijo la chica. El pistolero se volvió.
-"Así es, querida. Larguémonos de aquí".

Años más tarde, ya casados, tuvieron tres hijos: Sam, John (como su padre), y Megan. El protagonista de esta historia no llegó a conocer a sus nietos. Murió apaciblemente en su cama, a la lóngeva edad de setenta años, mientras dormía.
Y murió en el bar, mientras el forastero reía, sin oler a tequila. Murió también sobre la mesa de juego, con un poker de ases. Se desangró en la entrada del pueblo, con una bala alojada en los intestinos. Murió de cientos de formas, y en todas, el forastero sonreía.
Por fín, el cuerpo impactó contra el suelo, con una bala habiéndole desmontado de su montura y levantando una nube de polvo. Había conseguido cambiar cientos de vidas recordadas, pero solo eran eso, recuerdos. Tras llegar al momento de evitar la muerte en sus vidas recordadas, el resto eran fantasías, pues aunque modifiques un recuerdo, no puedes cambiar tu vida.
El polvo se asentó poco a poco, mientras se lo iba llevando el viento. Apareció un hombre en la lejanía, con un rifle humeante. Pero no era el forastero. El pistolero nunca lo había conocido.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

El pájaro

El relato que expongo a continuación, querido lector, no es de mi puño y letra, por lo que el mérito no es mío. Debió caersele a una chica que se sentaba a mi lado en el tren que viaja de Madrid a Valencia.
Por si acaso, los nombres han sido cambiados para que las partes implicadas no puedan ser reconocidas. Sin más dilación, transcribo lo que parece ser un email:

¡Hola Susana!
Te escribo este email porque no puedo esperar a contártelo, cuando te vea el próximo fin de semana. Se trata de una de las vivencias más increíbles que he vivido, y espero que la leas con mucha atención.
Fue hace unos nueve días, o diez quizás, cuando ví a Antonio por primera vez. Un chico de unos veintilargos años, con el pelo cortísimo, una barba conrtita, y delgado. Llamaba la atención, el contraste de su mechón blanco en la frente, tan opuesto a su pelo negro. Le ví llegar al campus en una furgoneta, de la cual se despidió, y que más tarde supe que había subido en ella haciendo autostop. Llegó con una mochila enorme y una sonrisa en la cara. Me enteré, por algunos que le conocieron, y como más tarde me dijo él mismo, de que no soportaba vivir más de una semana en un mismo lugar. Lucía me dijo que lo volvió a ver comprando algunas cosas para comer en la tienda, pero yo no volví a verle hasta el lunes por la noche, cuando le conocí.
Estaba con Lucía y Juan en el bar, cuando Antonio entró y se sentó en la barra. No se lo que pediría, pero estuvo dando pequeños sorbitos y sonriendo mientras pasaba el rato. Se acercaba la hora de cenar, por lo que Juan y Lucía volvieron al piso. Yo dije que me quedaba un rato más, que enseguida subiría. Creo que no pasaron ni cinco minutos, cuando Antonio se acercó a mi mesa, y se sentó conmigo. Estuve a punto de echarle, pues pensé que era un chico que quería entrarme, pero no se porqué, en lugar de hacerlo, le escuché.
Me dijo que no quería ligar conmigo, y que solamente quería conocer a alguien en aquel lugar con el que compartir el preciado tiempo. Me dijo que si aceptaba, pasaría la mejor noche de mi vida. Yo, que siempre he sido malpensada, estuve a punto de darle un bofetón, pero me pidió que le escuchase. Y lo hice. Me contó que había viajado por todo el mundo. Que había visto el polo norte. Que la Gran Muralla China es tan impresionante como dicen. Que había visto la pirámide de Kukulkán durante el equinoccio de primavera, y los también había visto los inmensos desiertos de Australia. Había saltado en paracaídas, había buceado en todos los grandes océanos. Me estuvo enseñando fotos de su estancia en África, junto a un rinoceronte.
"La vida solo se vive una vez" me dijo. Estuvimos hablando hasta que cerró el bar. Entonces, mientras salíamos, me invitó a que recorriésemos la ciudad de noche. Acepté.
Entre risas y carreras, llegamos a una fuente, donde decidió bañarse desnudo. Me invitó a unirme, pero yo me negué mientras me reía en el bordillo. Continuó andando por la ciudad, riendo, y tumbándose en mitad de las calzadas vacías. A estas horas, los coches estaban ya durmiendo.
Cuando pasaron algunas horas, se nos acercaron unos cinco hombres con ganas de pelea. Tenían intención de pegar a Antonio, y dios sabe qué harían conmigo. Antonio, sin perder la calma ni esconder su siempre presente sonrisa, se les acercó, les dijo algo que no pude oir, y se marcharon. No quiso decírmelo, pues pensaba que las cosas malas había que dejarlas marchar.
La noche continuó en el parque hasta casi el alba. No entiendo como ni porqué intenté besarle. ¡Con lo tímida que soy! Pero Antonio se apartó, diciendo que un beso estropearía la mejor noche de MI vida. No lo comprendí bien entonces, pero lo acepté, y para nada fue incómodo.
Continuamos hablando algunas horas más, otras, Antonio jugaba a perseguir pájaros haciendo ruidos graciosos, o imitando a corredores de footing que empezaban a salir de sus casas.
De repente, se me acercó, y me dijo que se tenía que ir. Que no podría haber aprovechado mejor esa noche, y me daba las gracias. Le pregunté que cuando volvería a verle, y me dijo que tal vez nunca. Que esto, es lo bonito de sus noches; ser hermanos durante éstas, pasarlo bien, y mantener el recuerdo. Conocer "la vida real" de la otra persona, sus obligaciones, trabajo, etc.. estropea la esencia de las personas. Además, se iba a marchar rumbo a París aquella misma mañana.
Desapareció, sin decir adiós con la mano siquiera. Me extrañó mucho esta "despedida". Tal vez fuese la naturaleza de Antonio, un pájaro que vuela libre, un vividor, un niño que disfruta de la vida. O tal vez fuera el coche de policía que veía acercarse.
Nunca lo supe.

En fín Susana, ya te contaré cuando volvamos a vernos.

P.D: esta misma mañana, han puesto un reportaje de París, donde ha aparecido una extraña invasión de gorriones. Cuando enfocaban a una fuente, allí ví a un pequeño gorrión con una pequeña mancha blanca en la frente chapoteando en el agua. Supongo que será casualidad, pero algo me dice, que era él.




sábado, 6 de noviembre de 2010

La diáspora

El mundo tocó a su fín, y yo lo ví todo aquella noche.
Terminaron temprano las celebraciones aquella noche de miércoles, pues recuerdo que el reloj indicaba que pronto serían las cuatro de la madrugada de año nuevo. Mis piernas, doloridas y con sensación de sequedad, temblaban ligeramente por el vaivén que les inducía la ginebra. Mi mente, aunque apenas contenía algún pensamiento se mantenía inusualmente clara para mi ligera embriaguez. Y fue entre el cansancio y la falta de sentido del peligro, que mi corazón me obligó a improvisar un nuevo camino a casa.
Abandonando el camino, y atravesando la maleza, fue mi ruta. La luna, no del todo llena, permitía que mis rojos ojos de humo pudiesen ver dónde descansaran mis adormilados pies tras cada zancada.
Y tras la cuarta o quinta encina, no consigo recordar con exactitud, apareció en lo más alto de la colina un triste espejo de pie. El gris césped rodeaba sus oxidadas ruedas, y parecía haber estado allí desde siempre. Bordes de latón, abrazaban al vidrio que regalaba su reflejo a todo aquel que se atreviese a mirarlo. Yo me atreví, y ví a un hombre cansado, camisa descolocada, con pelo despeinado y brillante por la ya ausente gomina. Me fijé en mi ojo izquierdo: el iris, que marrón siempre había sido, se tornó gris, mientras que mi pupila, que ya no era pupila, resultó ser una ventana redonda. Mostraba al planeta Tierra, visto desde el espacio, redondo, nostálgico y azul.
Aparté la vista de aquel embrujo, con intención de alejarme de aquel terrible lugar. Pero ya no estaba en una colina a la luz de la luna. Ahora era pasajero de una formidable nave espacial. Mi estómago ya no parecía mío, de la misma forma en que él no parecía pertenecer a la fuerza de la gravedad.
Miré mis manos, para asegurarme de que era yo mismo, y que no estaba viviendo el sueño de otra persona. Pero no tuve tiempo, puesto que mis ojos olvidaron su tarea y se distrajeron con un magnífico y portentoso ventanal, tan grande como la más grande de las vidrieras de una catedral. Y podia volver a ver mi planeta, y mi luna, y mis estrellas. Todo parecía moverse, girar en el sentido de las agujas del reloj, aunque realmente, era yo el que estaba girando. Era como bucear por una piscina inmensa, respirando, y viendolo todo con claridad. Vi otras naves, tan grandes como paises. Y supe que allí estaba toda la humanidad. Y yo, yo también estaba con ellos y sabía que era aquí donde debía de estar.
Mientras cavilaba entre estos pensamientos, flotaba y me desplazaba por la sala del enorme ventanal, como si estuviera nadando por el espacio exterior.
Luz. Rojos, amarillos y naranjas invadieron las estrellas, y con un sonido ausente, la Tierra estalló en incontables pedazos de roca inerte.
Silencio. Ni un solo sonido estropeaba aquella sensación de sobriedad. Ni un solo pensamiento de miedo. Solamente tristeza y nostalgia. Comprendí que eso sería lo que iba a suceder algún día, y lo acepté como quien acepta que la madurez sigue a la juventud. El mundo había llegado a su fín, y la humanidad volvería a empezar.
Abrí los ojos, y el sol me dañaba la vista. El espejo continuaba allí, aunque ya no parecía triste, sino muerto. Y fue entonces, cerca del mediodía de ese miércoles, cuando supe cómo iba a acabar el mundo.