lunes, 13 de diciembre de 2010

El extraño caso del Ángel

El reloj marcaba medianoche mientras la luna se paseaba por los cielos como una gata en celo. La lluvia golpeaba el suelo con desgana. Era fría y fina, mojaba la cara, pero no empapaba la ropa. A pesar de que no había viento, notaba como bofetadas de olor a podrido golpeaban mi nariz. No era la basura del callejón: era esta jodida ciudad.

Sangre, vicio y corrupción estaban escritos en las paredes de toda la urbe, congestionando una atmósfera ya de por sí cargada. De las alcantarillas emergía un vapor blanquecino que ocultaba el fondo de los callejones y me impedía ver como los cubos de basura digerían la mugre. No pude evitar acordarme de mi segunda ex-mujer, pero eso es otra historia.

Aquella noche de finales de otoño iba hacia donde Jimmy el soplón acostumbraba a dejarse ver los miércoles por la noche. Y es que todos tenemos nuestros vicios: a mí me encanta intentar dejar de fumar, y a Jimmy le vuelven loco las putas. Me acordé entonces de mis queridos enemigos los cigarrillos, y decidí dejarme caer en la maldición de meterme uno en la boca. No tenía ganas de fumar, pero para mí era como ponerme zapatos al salir de casa. Sí, lo sé, soy un animal de costumbres.

Llamé a la puerta de aquel tugurio con olor a cerveza y orina. Un hombre con camiseta de tirantes me abrió la puerta. Me miró de arriba a abajo mientras jugaba con un mondadientes en los labios. Fruncía el ceño, esforzándose en decidir si me dejaba pasar o no.

- Tranquilo Bob, le conozco.- dijo Jimmy.

Bob hizo un gesto con la mano, invitándome a entrar. Así lo hice. Bob miró a ambos lados del callejón, cerró la puerta y con un gruñido y fue a sentarse a su polvoriento sillón de todas las noches. Vi a Jimmy sentado en el sofá de enfrente, abrazado a dos prostitutas que bien podrían ser sus hijas.

- Tu dirás John, ¿cómo puedo ayudarte hoy? - me preguntó.

- Estoy buscando información sobre la serie de asesinatos del Ángel – dije mientras tiraba mi consumido cigarrillo al suelo. Total, una colilla más en aquel suelo no se iba a notar. Lo apagué pisándolo con la punta de mi zapato mientras Jimmy parecía calcular un precio.

- Lo conozco, lo conozco... pero.... hablemos antes de pasta, que estas preciosidades no se van a pagar solas – dijo Jimmy mientras acariciaba a la chica de su izquierda. - te contaré todo lo que sé por diez dólares.

- Te daré cinco, y si me gusta, iré subiendo hasta los diez. Hoy me siento generoso.

- Está bien. No te arrepentirás. Como bien sabrás por la prensa, algún pirado o héroe ha estado tomándose la justicia por su mano, y cuatro de los cinco capos de la ciudad han caído como ratas. Sammy-Boy abatido a tiros en su coche. A Jack del distrito Oeste, se lo encontraron ahogado bajo el puente del Polígono Sur. Thomas el Loco acuchillado en su cama, y Charlie Manos Blandas con un tiro en la sien a tres manzanas de aquí.

- Cuéntame algo que no sepa, Jimmy.

- Está bien, está bien. Como sabes, Bill es el único que queda vivo. Dicen que está acojonado y que no sale de casa. Tiene a todos sus hombres montando guardia en la puerta y no le dejan solo ni para ir a mear. Pero... tiene un secreto, y esto te va a gustar...

Jimmy se tomó un par de segundos para continuar. Estaba relamiendo su momento de gloria. Todos los soplones son iguales. Cogió aire y continuó:

- Todos los miércoles va a ver a un chapero a dos manzanas de aquí. Lógicamente va solo, pues como sus hombres se enterasen de que es un marica, le harían durar menos que un gramo de heroína en este prostíbulo. ¿Verdad que sí, chicas?

- Entiendo. ¿Y cómo has hecho tu para enterarte de algo aque ni sus propios hombres saben?

- Johnny, Johnny, Johnny. ¿Cuántas veces te he dicho que yo no revelo mis fuentes? Solo te diré, que las prostitutas no me gustan solamente por el sexo.

Le dí los diez dólares. Se los había ganado. Salí corriendo de aquel antro en busca de Bill. Era miércoles por la noche, y estoy seguro de que el Ángel conocía el secreto del capo. Mientras me dirigía hacia allí, repasé los elementos comunes de los asesinatos: en todos aparecía escrito en la pared más cercana la palabra “Ángel”. Las muñecas de las víctimas, estaban marcadas por un corte hecho con cuchilla de afeitar, de donde extraía la sangre para sentenciar su firma sobre los murales. Probablemente, las víctimas estuvieran vivas mientras el asesino dejaba su marca en la pared. Ninguna otra pista más. Miento, siempre dejaba unas cuantas plumas por la zona del crimen. Todo un fetichista.

Voces. Escuché voces que provenían del callejón paralelo. Era la voz de Bill. Saqué mi revólver Smith & Wesson 629 y corrí hacia allí. Proyectado sobre la pared, aparecían dos sombras. Dos hombres con gabardina y sombrero parecían discutir acaloradamente. Las siluetas eran enormes, por lo que la fuente de luz debía de provenir de abajo. La silueta del hombre de la izquierda se abalanzó sobre el otro, pero antes de que pudiese rozarle, el de la derecha sacó una pistola, y la disparó sobre el pecho de su contrincante, el cual empezó a retorcerse de dolor. Los brazos, intentaban abrazar al aire, mientras que sus dedos, encogidos como formando unas garras, parecían clavarse en el alma que se le escapaba. Se oyeron más y más disparos. El asesino se estaba ensañando con el cadaver de Bill. Cuando conseguí llegar, el asesino se había quedado sin balas.

- ¡Alto! - Exclamé al hombre. Si lo capturaba vivo, supondría el resurgir de mi maltrecha carrera como detective privado.

- Justo a tiempo, John, justo a tiempo – dijo el asesino.

Aquel hombre me conocía. No podía reconocerle, pues le veía a contraluz, con el resplandor de los focos de un coche a su espalda.

- ¿Quién eres? - grité

- John, quién soy importa poco. Lo realmente importante aquí, es que voy a darte una elección...

- ¡Manos en la cabeza, y tírate al suelo o disparo! - exclamé sin dejarle continuar

El hombre continuó hablando haciendo caso omiso de mi amenaza.

- Voy a darte una elección. Como bien sabes, he limpiado la ciudad de todos los capos. A partir de ahora, se acabará la corrupción, la violencia, drogas, vicio etc... Será una ciudad limpia. Solo queda algo: resolver el misterio de quién es el asesino. Voy a darte a elegir: puedes pegarme un tiro, y quedarás como el detective privado que resolvió el caso más importante de los últimos veinte años. Te cubrirás de gloria. Serás famoso.

- ¿Y cual es la otra opción?

- La otra opción, es que te vueles tú mismo los sesos. Yo dejaré dispuestas las pruebas que apunten hacia que tú eras el asesino. Así, morirás como el héroe que acabó con el pecado en la ciudad.

- Estás loco. Aunque lo hiciera... ¿cómo podría fiarme de tu palabra?

El asesino levantó su gabardina, e hizo un ademán de sacar un arma. No lo dudé, y disparé mi arma. Cuando me acerqué a ver al cadáver, vi a aquel hombre sonriendo.

- Ya has hecho tu elección – dijo el asesino.

Tenía algo en la espalda. Plumas blancas como las encontradas en las escenas de los crímenes. Suaves, blancas, luminosas. Eran unas alas de ángel. Meciéndose con el vaivén del viento, pensé que aquello era lo más bello que había visto en mi vida. Poco a poco, éstas fueron desapareciendo. Su cara comenzó a desfigurarse, hasta tomar la forma de un ser completamente desconocido.

- Mierda.

3 comentarios: