Sé que puedes leer lo que estoy pensando. Imagino también, que tras haber leído el título habrás adivinado que soy una dragón.
Otros como tú, seas lo que seas, han hecho lo mismo en muchas otras ocasiones. Buscan mi conocimiento, pues soy una criatura milenaria y de casi eterno saber. Espero que mis pensamientos puedan satisfacer todas tus preguntas e inquietudes.
¡Un momento! Huelo algo extraño. Algo... similar a mí. Algo.. con vida. Pero es también diferente, pues no huele a dragón. ¿Qué será? Parece físico, sin duda, no es un pensamiento, pues mi nariz nota el roce del aire al entrar. Es algo tangible, como las firmes paredes de mi cueva, los límites de mi universo terrenal.
Se mueve. Su olor es cada vez más intenso. Va creciendo la densidad de su aroma tanto, que casi puedo paladearlo. Van apareciendo nuevos matices a medida que se acerca. No noto la lisa suavidad de las escamas. Es como si lo envolviese una textura diferente, más fría. ¿Existen, otros seres físicos además de mí? Porque tú, lector,debes ser producto de mi imaginación, como el resto de mi mundo inmaterial. El olor continua incrementando y cogiendo forma, se aproxima rápidamente para su diminuto tamaño, pues no debe de medir mas de la mitad de mi garra. Se acerca desde la roca con forma de ala que hay cerca de donde dormí hace un rato. ¿Provendrá de más allá de las paredes? Eso es imposible. No existe nada más allá de ellas, y solamente el cuestionarmelo me parece inverosímil.
¡Puedo ver como la roca está siendo atravesada por algo! El olor ha tomado forma, y mis ojos la ven tal y como mi olfato la había percibido. Qué criatura tan extraña. Efectivamente tiene el tamaño de la mitad de mi garra, quizás algo más grande. Camina sobre sus patas traseras. Está envuelto en algo brillante y que parece muy sólido. Su cabeza, está al descubierto. No tiene hocico como el mío, pero tiene dos ojos, boca y una diminuta nariz al menos. Su piel es rosada, como la parte anterior de mi cuerpo.
Acabo de intentar saludarle, pero mi rugido debe de haberle asustado. ¡Agita un objeto afilado y tan brillante como su coraza, e intenta dañarme! ¿No comprende que no es mi deseo el dañarle? Corre hacia mí, ya que no posee alas y... se detiene. Está intentando comunicarse conmigo. Debe de poder leer mi mente, pues al pensar que no quiero hacerle ningún mal, ha detenido su carrera y ha comenzado a emitir sonidos a través de su boca. ¡Son palabras! Como las que soy capaz de pensar. ¿Cómo lo hará? Yo solo puedo rugir.
Dice que es un hombre. Que viene a salvar a la oráculo. Le explico que aquí solo estamos mis rocas y yo. Debo de ser a quien ha venido a buscar. Él, abre los ojos al asombrarse, como yo, y dice que imaginaba una mujer, una doncella en apuros, a un ser humano hembra. Me explica, que más allá de las paredes hay más seres humanos como él, pero que hacen el mal manteniendo presa a una oráculo. ¿Me estarán manteniendo presa a mí? Algo llamado magia, hace que mis ojos solo puedan ver roca, y que mis dedos no pasen de ella. ¿Será posible que toda mi vida haya sido una mentira? El hombre me habla de montañas y ríos. Me habla de algo azul y maravilloso, llamado cielo que lo cubre todo, como si fuera el techo de mi cueva. Oigo más ruidos. El hombre se pone en pie, y me pide que me prepare para el combate. Y entonces sucedió: las paredes se desvanecieron. Todo mi mundo cambió. Sigo viendo piedra, pero ahora veo que mi cueva, en lugar de ser esférica, es alargada, y veo una luz al final. Todo el camino está lleno de otros hombres, también con objetos punzantes en sus garras, solo que les cubre un manto blanco. Me quedo pasmada ante semejante espectáculo. Mi nuevo compañero me pide ayuda. Me grita que estos nuevos seres son los integrantes del culto que me mantenía presa.
Aspiro aire, mucho aire, y lo expulso, arrastrando un calor insufrible por mi garganta. Mis fauces, se abren, lanzando el fuego destructor que abrasa a todos estos diminutos captores. Se revuelven envueltos en llamas, y finalmente caen. Mi amigo se lanza a la captura del único que sigue en pie, apuntándole con su objeto punzante a su diminuto cuello. Veo agua brotar de sus ojos, y emite sonidos lastimeros, mientras pide piedad. Nos explica, que fuí colocada hace milenios por el Culto dentro de la cueva, cuando todavía estaba dentro de mi huevo. Utilizaban un hechizo para que yo no pudiese ver el exterior, y otro para que pudiesen leer mi mente. Así, podrían adquirir el conocimiento cósmico y universal, sin las impurezas del saber mundano. Imagínate, una mente como la mía, tan vieja como la de ningún otro ser. El sectario corrió hacia la luz. Mi amigo, se encaramó a mi grupa, y me lancé al vuelo, desplegando mis majestuosas alas, nunca antes extendidas. Pero.. tras avanzar unos pocos metros, miré hacia la luz.
Ví algo hermoso y simple que no había contemplado en mi toda mi vida: ví algo azul.
lunes, 22 de noviembre de 2010
lunes, 15 de noviembre de 2010
Polvo, tequila y polvo
La bala atravesó el sombrero del pistolero, perforó su cráneo, y le tiró del caballo. Ya estaba muerto antes de que el cuerpo inerte levantase polvo al impactar contra el suelo. Cuando aún estaba cayendo, el pistolero vió pasar toda su vida por delante de sus ojos con pesadez, como cuando alguien arrastra los pies.
Recordó toda su vida, desde su niñez hasta la llegada de aquel forastero a la ciudad. Recordó como cuando tras ofrecer a aquel viejo hombre demasiados tequilas, le contó como había sido capaz de burlar a la muerte en tantas y tantas ocasiones. Mientras lo hacía, se lo demostró: introdujo 7 balas en su revolver, dejando sólamente un hueco en el tambor, lo giró al azar, y apuntó a su propia sien. Click. Volvió a girar el tambor, y volvía a intentar disparar. Ninguna bala salía del cañón. El forastero reía, pues cada vez que apretaba, el resultado era el mismo.
- "¿Cómo lo hace?" inquirió el pistolero. "No consigo ver la trampa"
-"Porque no hay ninguna trampa." dijo el forastero mientras engullía otro trago. El pistolero, arqueó una ceja:
-"No comprendo".
El forastero sonrió, presumiendo de su astucia.
-"¿Has oído hablar alguna vez, de aquel viejo dicho que dice que cuando vas a morir, puedes ver pasar toda tu vida por delante de tus ojos?" El forastero esperó a que el pistolero asintiera.
- "Pues bien, yo una vez descubrí, que este recuerdo puede cambiarse, como quien desvía el agua de un río". continuó diciendo, mientras secaba la tequila de su barba con la manga de la camisa. -"Por eso, he venido a matarte" sentenció mientras encañonaba el revolver contra la frente del pistolero.
-"Pero.. ¿¡qué dice, buen hombre!?"
-"Verás hijo, si te dejo vivir, dentro de 3 días exactamente, serás tu quien acabe con mi vida. No pongas esa cara de bobo, pistolero. Te lo voy a explicar: tú y yo llevamos intentando matarnos el uno al otro desde hace decenas de años, a través de nuestros recuerdos, cambiando la vida que vemos pasar delante de nosotros al ver llegar la guadaña de la muerte. Yo intento matarte, tu ves toda tu vida, y cambias algo en ese recuerdo, para poder matarme antes de que yo pueda intentarlo. Entonces, veo yo mi propia vida, y cambio algo. Y siempre es así, una y otra vez."
-"Lo sé. Pero cuando aprietes el gatillo, no saldrá ninguna bala." espetó el pistolero mientras sonreía.
Click.
Inmediatamente, y antes de que el forastero llegara a asombrarse, el pistolero ya le había cogido del brazo, estirado, y colocado su cabeza contra la barra, inmovilizándole.
- "Forastero, este es mi recuerdo y no el tuyo, soy yo el que se salva" dijo tranquilamente mientras de forma desganada, sacaba el revolver y lo dirigía al corazón de su archienemigo. El viejo hombre, no decía nada. Su rostro no reflejaba miedo. Solamente impaciencia.
-"Yo de tí me preocuparía. ¿Porqué crees que te he emborrachado?"
El forastero disfrazaba su rostro de terror mientras el fuego del arma quemaba su corazón. El pistolero contestó mentalmente a su propia pregunta. "Porque así, no podrás recordar nada".
Todo había acabado. Después de incontables veces que había vuelto a vivir su vida, matando y dejándose matar, por fín dió fín a la locura. Sabía que él ya no podría volver de entre los muertos, pues el alcohol había nublado la mente de su némesis lo suficiente como para que no pudiera volver a vivir su vida de nuevo, y evitara su muerte. No. El tequila había cumplido su misión, y había matado su lucidez.
El pistolero salió del bar, se sentó en las escaleras, y encendió un cigarrillo. Miró hacia atrás: nada. El forastero estaba bien muerto, y la madera del suelo absorbía su sangre.
-"Veo que por fín has acabado tu misión" dijo la chica. El pistolero se volvió.
-"Así es, querida. Larguémonos de aquí".
Años más tarde, ya casados, tuvieron tres hijos: Sam, John (como su padre), y Megan. El protagonista de esta historia no llegó a conocer a sus nietos. Murió apaciblemente en su cama, a la lóngeva edad de setenta años, mientras dormía.
Y murió en el bar, mientras el forastero reía, sin oler a tequila. Murió también sobre la mesa de juego, con un poker de ases. Se desangró en la entrada del pueblo, con una bala alojada en los intestinos. Murió de cientos de formas, y en todas, el forastero sonreía.
Por fín, el cuerpo impactó contra el suelo, con una bala habiéndole desmontado de su montura y levantando una nube de polvo. Había conseguido cambiar cientos de vidas recordadas, pero solo eran eso, recuerdos. Tras llegar al momento de evitar la muerte en sus vidas recordadas, el resto eran fantasías, pues aunque modifiques un recuerdo, no puedes cambiar tu vida.
El polvo se asentó poco a poco, mientras se lo iba llevando el viento. Apareció un hombre en la lejanía, con un rifle humeante. Pero no era el forastero. El pistolero nunca lo había conocido.
Recordó toda su vida, desde su niñez hasta la llegada de aquel forastero a la ciudad. Recordó como cuando tras ofrecer a aquel viejo hombre demasiados tequilas, le contó como había sido capaz de burlar a la muerte en tantas y tantas ocasiones. Mientras lo hacía, se lo demostró: introdujo 7 balas en su revolver, dejando sólamente un hueco en el tambor, lo giró al azar, y apuntó a su propia sien. Click. Volvió a girar el tambor, y volvía a intentar disparar. Ninguna bala salía del cañón. El forastero reía, pues cada vez que apretaba, el resultado era el mismo.
- "¿Cómo lo hace?" inquirió el pistolero. "No consigo ver la trampa"
-"Porque no hay ninguna trampa." dijo el forastero mientras engullía otro trago. El pistolero, arqueó una ceja:
-"No comprendo".
El forastero sonrió, presumiendo de su astucia.
-"¿Has oído hablar alguna vez, de aquel viejo dicho que dice que cuando vas a morir, puedes ver pasar toda tu vida por delante de tus ojos?" El forastero esperó a que el pistolero asintiera.
- "Pues bien, yo una vez descubrí, que este recuerdo puede cambiarse, como quien desvía el agua de un río". continuó diciendo, mientras secaba la tequila de su barba con la manga de la camisa. -"Por eso, he venido a matarte" sentenció mientras encañonaba el revolver contra la frente del pistolero.
-"Pero.. ¿¡qué dice, buen hombre!?"
-"Verás hijo, si te dejo vivir, dentro de 3 días exactamente, serás tu quien acabe con mi vida. No pongas esa cara de bobo, pistolero. Te lo voy a explicar: tú y yo llevamos intentando matarnos el uno al otro desde hace decenas de años, a través de nuestros recuerdos, cambiando la vida que vemos pasar delante de nosotros al ver llegar la guadaña de la muerte. Yo intento matarte, tu ves toda tu vida, y cambias algo en ese recuerdo, para poder matarme antes de que yo pueda intentarlo. Entonces, veo yo mi propia vida, y cambio algo. Y siempre es así, una y otra vez."
-"Lo sé. Pero cuando aprietes el gatillo, no saldrá ninguna bala." espetó el pistolero mientras sonreía.
Click.
Inmediatamente, y antes de que el forastero llegara a asombrarse, el pistolero ya le había cogido del brazo, estirado, y colocado su cabeza contra la barra, inmovilizándole.
- "Forastero, este es mi recuerdo y no el tuyo, soy yo el que se salva" dijo tranquilamente mientras de forma desganada, sacaba el revolver y lo dirigía al corazón de su archienemigo. El viejo hombre, no decía nada. Su rostro no reflejaba miedo. Solamente impaciencia.
-"Yo de tí me preocuparía. ¿Porqué crees que te he emborrachado?"
El forastero disfrazaba su rostro de terror mientras el fuego del arma quemaba su corazón. El pistolero contestó mentalmente a su propia pregunta. "Porque así, no podrás recordar nada".
Todo había acabado. Después de incontables veces que había vuelto a vivir su vida, matando y dejándose matar, por fín dió fín a la locura. Sabía que él ya no podría volver de entre los muertos, pues el alcohol había nublado la mente de su némesis lo suficiente como para que no pudiera volver a vivir su vida de nuevo, y evitara su muerte. No. El tequila había cumplido su misión, y había matado su lucidez.
El pistolero salió del bar, se sentó en las escaleras, y encendió un cigarrillo. Miró hacia atrás: nada. El forastero estaba bien muerto, y la madera del suelo absorbía su sangre.
-"Veo que por fín has acabado tu misión" dijo la chica. El pistolero se volvió.
-"Así es, querida. Larguémonos de aquí".
Años más tarde, ya casados, tuvieron tres hijos: Sam, John (como su padre), y Megan. El protagonista de esta historia no llegó a conocer a sus nietos. Murió apaciblemente en su cama, a la lóngeva edad de setenta años, mientras dormía.
Y murió en el bar, mientras el forastero reía, sin oler a tequila. Murió también sobre la mesa de juego, con un poker de ases. Se desangró en la entrada del pueblo, con una bala alojada en los intestinos. Murió de cientos de formas, y en todas, el forastero sonreía.
Por fín, el cuerpo impactó contra el suelo, con una bala habiéndole desmontado de su montura y levantando una nube de polvo. Había conseguido cambiar cientos de vidas recordadas, pero solo eran eso, recuerdos. Tras llegar al momento de evitar la muerte en sus vidas recordadas, el resto eran fantasías, pues aunque modifiques un recuerdo, no puedes cambiar tu vida.
El polvo se asentó poco a poco, mientras se lo iba llevando el viento. Apareció un hombre en la lejanía, con un rifle humeante. Pero no era el forastero. El pistolero nunca lo había conocido.
miércoles, 10 de noviembre de 2010
El pájaro
El relato que expongo a continuación, querido lector, no es de mi puño y letra, por lo que el mérito no es mío. Debió caersele a una chica que se sentaba a mi lado en el tren que viaja de Madrid a Valencia.
Por si acaso, los nombres han sido cambiados para que las partes implicadas no puedan ser reconocidas. Sin más dilación, transcribo lo que parece ser un email:
Por si acaso, los nombres han sido cambiados para que las partes implicadas no puedan ser reconocidas. Sin más dilación, transcribo lo que parece ser un email:
¡Hola Susana!
Te escribo este email porque no puedo esperar a contártelo, cuando te vea el próximo fin de semana. Se trata de una de las vivencias más increíbles que he vivido, y espero que la leas con mucha atención.
Fue hace unos nueve días, o diez quizás, cuando ví a Antonio por primera vez. Un chico de unos veintilargos años, con el pelo cortísimo, una barba conrtita, y delgado. Llamaba la atención, el contraste de su mechón blanco en la frente, tan opuesto a su pelo negro. Le ví llegar al campus en una furgoneta, de la cual se despidió, y que más tarde supe que había subido en ella haciendo autostop. Llegó con una mochila enorme y una sonrisa en la cara. Me enteré, por algunos que le conocieron, y como más tarde me dijo él mismo, de que no soportaba vivir más de una semana en un mismo lugar. Lucía me dijo que lo volvió a ver comprando algunas cosas para comer en la tienda, pero yo no volví a verle hasta el lunes por la noche, cuando le conocí.
Estaba con Lucía y Juan en el bar, cuando Antonio entró y se sentó en la barra. No se lo que pediría, pero estuvo dando pequeños sorbitos y sonriendo mientras pasaba el rato. Se acercaba la hora de cenar, por lo que Juan y Lucía volvieron al piso. Yo dije que me quedaba un rato más, que enseguida subiría. Creo que no pasaron ni cinco minutos, cuando Antonio se acercó a mi mesa, y se sentó conmigo. Estuve a punto de echarle, pues pensé que era un chico que quería entrarme, pero no se porqué, en lugar de hacerlo, le escuché.
Me dijo que no quería ligar conmigo, y que solamente quería conocer a alguien en aquel lugar con el que compartir el preciado tiempo. Me dijo que si aceptaba, pasaría la mejor noche de mi vida. Yo, que siempre he sido malpensada, estuve a punto de darle un bofetón, pero me pidió que le escuchase. Y lo hice. Me contó que había viajado por todo el mundo. Que había visto el polo norte. Que la Gran Muralla China es tan impresionante como dicen. Que había visto la pirámide de Kukulkán durante el equinoccio de primavera, y los también había visto los inmensos desiertos de Australia. Había saltado en paracaídas, había buceado en todos los grandes océanos. Me estuvo enseñando fotos de su estancia en África, junto a un rinoceronte.
"La vida solo se vive una vez" me dijo. Estuvimos hablando hasta que cerró el bar. Entonces, mientras salíamos, me invitó a que recorriésemos la ciudad de noche. Acepté.
Entre risas y carreras, llegamos a una fuente, donde decidió bañarse desnudo. Me invitó a unirme, pero yo me negué mientras me reía en el bordillo. Continuó andando por la ciudad, riendo, y tumbándose en mitad de las calzadas vacías. A estas horas, los coches estaban ya durmiendo.
Cuando pasaron algunas horas, se nos acercaron unos cinco hombres con ganas de pelea. Tenían intención de pegar a Antonio, y dios sabe qué harían conmigo. Antonio, sin perder la calma ni esconder su siempre presente sonrisa, se les acercó, les dijo algo que no pude oir, y se marcharon. No quiso decírmelo, pues pensaba que las cosas malas había que dejarlas marchar.
La noche continuó en el parque hasta casi el alba. No entiendo como ni porqué intenté besarle. ¡Con lo tímida que soy! Pero Antonio se apartó, diciendo que un beso estropearía la mejor noche de MI vida. No lo comprendí bien entonces, pero lo acepté, y para nada fue incómodo.
Continuamos hablando algunas horas más, otras, Antonio jugaba a perseguir pájaros haciendo ruidos graciosos, o imitando a corredores de footing que empezaban a salir de sus casas.
De repente, se me acercó, y me dijo que se tenía que ir. Que no podría haber aprovechado mejor esa noche, y me daba las gracias. Le pregunté que cuando volvería a verle, y me dijo que tal vez nunca. Que esto, es lo bonito de sus noches; ser hermanos durante éstas, pasarlo bien, y mantener el recuerdo. Conocer "la vida real" de la otra persona, sus obligaciones, trabajo, etc.. estropea la esencia de las personas. Además, se iba a marchar rumbo a París aquella misma mañana.
Desapareció, sin decir adiós con la mano siquiera. Me extrañó mucho esta "despedida". Tal vez fuese la naturaleza de Antonio, un pájaro que vuela libre, un vividor, un niño que disfruta de la vida. O tal vez fuera el coche de policía que veía acercarse.
Nunca lo supe.
En fín Susana, ya te contaré cuando volvamos a vernos.
P.D: esta misma mañana, han puesto un reportaje de París, donde ha aparecido una extraña invasión de gorriones. Cuando enfocaban a una fuente, allí ví a un pequeño gorrión con una pequeña mancha blanca en la frente chapoteando en el agua. Supongo que será casualidad, pero algo me dice, que era él.
sábado, 6 de noviembre de 2010
La diáspora
El mundo tocó a su fín, y yo lo ví todo aquella noche.
Terminaron temprano las celebraciones aquella noche de miércoles, pues recuerdo que el reloj indicaba que pronto serían las cuatro de la madrugada de año nuevo. Mis piernas, doloridas y con sensación de sequedad, temblaban ligeramente por el vaivén que les inducía la ginebra. Mi mente, aunque apenas contenía algún pensamiento se mantenía inusualmente clara para mi ligera embriaguez. Y fue entre el cansancio y la falta de sentido del peligro, que mi corazón me obligó a improvisar un nuevo camino a casa.
Abandonando el camino, y atravesando la maleza, fue mi ruta. La luna, no del todo llena, permitía que mis rojos ojos de humo pudiesen ver dónde descansaran mis adormilados pies tras cada zancada.
Y tras la cuarta o quinta encina, no consigo recordar con exactitud, apareció en lo más alto de la colina un triste espejo de pie. El gris césped rodeaba sus oxidadas ruedas, y parecía haber estado allí desde siempre. Bordes de latón, abrazaban al vidrio que regalaba su reflejo a todo aquel que se atreviese a mirarlo. Yo me atreví, y ví a un hombre cansado, camisa descolocada, con pelo despeinado y brillante por la ya ausente gomina. Me fijé en mi ojo izquierdo: el iris, que marrón siempre había sido, se tornó gris, mientras que mi pupila, que ya no era pupila, resultó ser una ventana redonda. Mostraba al planeta Tierra, visto desde el espacio, redondo, nostálgico y azul.
Aparté la vista de aquel embrujo, con intención de alejarme de aquel terrible lugar. Pero ya no estaba en una colina a la luz de la luna. Ahora era pasajero de una formidable nave espacial. Mi estómago ya no parecía mío, de la misma forma en que él no parecía pertenecer a la fuerza de la gravedad.
Miré mis manos, para asegurarme de que era yo mismo, y que no estaba viviendo el sueño de otra persona. Pero no tuve tiempo, puesto que mis ojos olvidaron su tarea y se distrajeron con un magnífico y portentoso ventanal, tan grande como la más grande de las vidrieras de una catedral. Y podia volver a ver mi planeta, y mi luna, y mis estrellas. Todo parecía moverse, girar en el sentido de las agujas del reloj, aunque realmente, era yo el que estaba girando. Era como bucear por una piscina inmensa, respirando, y viendolo todo con claridad. Vi otras naves, tan grandes como paises. Y supe que allí estaba toda la humanidad. Y yo, yo también estaba con ellos y sabía que era aquí donde debía de estar.
Mientras cavilaba entre estos pensamientos, flotaba y me desplazaba por la sala del enorme ventanal, como si estuviera nadando por el espacio exterior.
Luz. Rojos, amarillos y naranjas invadieron las estrellas, y con un sonido ausente, la Tierra estalló en incontables pedazos de roca inerte.
Silencio. Ni un solo sonido estropeaba aquella sensación de sobriedad. Ni un solo pensamiento de miedo. Solamente tristeza y nostalgia. Comprendí que eso sería lo que iba a suceder algún día, y lo acepté como quien acepta que la madurez sigue a la juventud. El mundo había llegado a su fín, y la humanidad volvería a empezar.
Abrí los ojos, y el sol me dañaba la vista. El espejo continuaba allí, aunque ya no parecía triste, sino muerto. Y fue entonces, cerca del mediodía de ese miércoles, cuando supe cómo iba a acabar el mundo.
Terminaron temprano las celebraciones aquella noche de miércoles, pues recuerdo que el reloj indicaba que pronto serían las cuatro de la madrugada de año nuevo. Mis piernas, doloridas y con sensación de sequedad, temblaban ligeramente por el vaivén que les inducía la ginebra. Mi mente, aunque apenas contenía algún pensamiento se mantenía inusualmente clara para mi ligera embriaguez. Y fue entre el cansancio y la falta de sentido del peligro, que mi corazón me obligó a improvisar un nuevo camino a casa.
Abandonando el camino, y atravesando la maleza, fue mi ruta. La luna, no del todo llena, permitía que mis rojos ojos de humo pudiesen ver dónde descansaran mis adormilados pies tras cada zancada.
Y tras la cuarta o quinta encina, no consigo recordar con exactitud, apareció en lo más alto de la colina un triste espejo de pie. El gris césped rodeaba sus oxidadas ruedas, y parecía haber estado allí desde siempre. Bordes de latón, abrazaban al vidrio que regalaba su reflejo a todo aquel que se atreviese a mirarlo. Yo me atreví, y ví a un hombre cansado, camisa descolocada, con pelo despeinado y brillante por la ya ausente gomina. Me fijé en mi ojo izquierdo: el iris, que marrón siempre había sido, se tornó gris, mientras que mi pupila, que ya no era pupila, resultó ser una ventana redonda. Mostraba al planeta Tierra, visto desde el espacio, redondo, nostálgico y azul.
Aparté la vista de aquel embrujo, con intención de alejarme de aquel terrible lugar. Pero ya no estaba en una colina a la luz de la luna. Ahora era pasajero de una formidable nave espacial. Mi estómago ya no parecía mío, de la misma forma en que él no parecía pertenecer a la fuerza de la gravedad.
Miré mis manos, para asegurarme de que era yo mismo, y que no estaba viviendo el sueño de otra persona. Pero no tuve tiempo, puesto que mis ojos olvidaron su tarea y se distrajeron con un magnífico y portentoso ventanal, tan grande como la más grande de las vidrieras de una catedral. Y podia volver a ver mi planeta, y mi luna, y mis estrellas. Todo parecía moverse, girar en el sentido de las agujas del reloj, aunque realmente, era yo el que estaba girando. Era como bucear por una piscina inmensa, respirando, y viendolo todo con claridad. Vi otras naves, tan grandes como paises. Y supe que allí estaba toda la humanidad. Y yo, yo también estaba con ellos y sabía que era aquí donde debía de estar.
Mientras cavilaba entre estos pensamientos, flotaba y me desplazaba por la sala del enorme ventanal, como si estuviera nadando por el espacio exterior.
Luz. Rojos, amarillos y naranjas invadieron las estrellas, y con un sonido ausente, la Tierra estalló en incontables pedazos de roca inerte.
Silencio. Ni un solo sonido estropeaba aquella sensación de sobriedad. Ni un solo pensamiento de miedo. Solamente tristeza y nostalgia. Comprendí que eso sería lo que iba a suceder algún día, y lo acepté como quien acepta que la madurez sigue a la juventud. El mundo había llegado a su fín, y la humanidad volvería a empezar.
Abrí los ojos, y el sol me dañaba la vista. El espejo continuaba allí, aunque ya no parecía triste, sino muerto. Y fue entonces, cerca del mediodía de ese miércoles, cuando supe cómo iba a acabar el mundo.
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