jueves, 7 de julio de 2011

Se equivocaron

Siempre acaba llegando.
Un día te despiertas, miras hacia atrás y te das cuenta de que no sabes qué ha pasado con tu vida. Porque tú no has hecho nada. La vida ha elegido por tí, y te ha dado un día a día que nunca llegaste a imaginar. Aún recuerdas cuando imaginabas cómo iba a ser ese futuro que ahora es presente. Cómo buscabas una identidad, algo que dijese "esta soy yo, tal y como imaginaba cuando era niña". Seré médico, pero seguirá gustándome el heavy. Seré abogada, pero continuaré saliendo por las noches hasta que el sol aparezca por el horizonte. Seré informática, pero seguiré siendo un lobo salvaje.

Pero acabas los estudios y todo aquello que imaginabas nunca llegó a ocurrir. No es que crea que he vivido una mala vida, que no haya cumplido mis expectativas. No. Lo que sucede es que una se da cuenta de que el "yo soy" o el "eso no pega conmigo" no es algo inamovible, ni tan firme como pensabas. Mi vida ha sido como cubo lleno de arena negra y blanca, que poco a poco y sin darme cuenta, se ha vuelto gris.

Sin embargo, creo que mi vida ha sido distinta a la tuya. Hubo un evento que hizo que removiera la arena. Un detonante que hizo que el cubo estallase en mil pedazos y que hizo que la arena se la llevase el viento. El día en que murió mi madre, cuando decidí que ya era hora de irme de casa. Las paredes eran viejas ya, y la viuda de mi padre ya no iba a estar para cuidarlas. Recogí algo de ropa, la documentación y algo de comida para el viaje diciendo adiós a mi ciudad. Ni siquiera pude ver enterrar a mi pobre madre. Llamé a un taxi, y me sacó de la ciudad. Lloré todas las lágrimas que fueron necesarias durante el viaje y no permití que saliera ninguna más.

Dejé atrás mi primer trabajo y a mis amigos, pero me llevé mi vida conmigo. Era lo menos que podía hacer por ella. Fue una nueva etapa para mí, cuando por fín me di cuenta de que nada permanece. Nada es inmutable.

Llegué a mi nueva casa, donde pagaba la mitad de mi nuevo sueldo por una modesta habitación, y tras deshacer mi humilde maleta, me senté al borde de mi nueva cama. Creo que fue entonces cuando ví el primer fantasma. El primer muerto que ví era yo, y eso que todavía no había fallecido.

Los días pasaron, y poco a poco empecé a acostumbrarme. La difunta madre del kioskero que todavía intentaba atender a los clientes. El hombre que cruzaba una y otra vez aquel paso de cebra. Aquel señor de bigote blanco que saludaba a alguien que ya no estaba allí. Y lo peor eran los hospitales, cada vez más llenos de gente. Los vivos, que esperaban a ser atendidos, y los muertos, que esperaban a no se sabe qué.

La verdad es que hasta entonces no me había preguntado porqué veía lo que veía, y nunca lo supe. Lo que sí me sorprendía, era el cambio. Ni abogada, ni informática ni médica. Y además, ¡veía muertos!. Quizás eché demasiada arena negra en el cubo.

Un buen día, al salir del trabajo, ví a una señora con un carrito. Llevaba un bebé precioso, con una piel oscurísima y ojos de color turquesa. Era igual que su madre.

- Es una niña preciosa - le dije con una sonrisa.
- Lo es. Se llama Neith - me contestó la madre sonriendo.
- Parece que le gusta mucho jugar. Mira como mueve los deditos. ¡Mira como intenta coger esa mosquita!
- Sí. Además, es muy lista. Con apenas un par de meses, y ya parece querer hablar - me dijo orgullosa la señora - por eso le puse Neith, como la diosa egipcia de la caza y la sabiduría.
- ¡Vaya! Eres muy joven como para ser madre, ¿no?
- La verdad es que sí. Ni siquiera sé cómo pasó. Fue todo tán rápido...

Como ví que los ojos se le entristecían, cambié de tema. Hablamos de muchas otras cosas. Teníamos una edad parecida, y gustos similares. Y después de hablar durante toda la tarde, nos despedimos.Sin embargo, la suerte quiso que cada día, después de salir del trabajo, acabasemos encontrándonos. Nos hicimos amigas, y al cabo de un tiempo incluso compartíamos piso. Yo necesitaba una compañera de piso, y ella no se entendía con su casero.

Al cabo de un par de meses, llegó llorando a casa. Apenas podía comprender lo me decía.

- ¡Mi niña!
- Me estás asustando. ¿Qué ha pasado con Neith?
- ¡Me.. me la han quitado! - dijo entre gritos y lágrimas.
- ¿Quienes? ¿Porqué?
- ¡Dicen que no es hija mía! ¡Que se equivocaron!

Poco a poco, comenzó a desvanecerse. Siempre supe que estaba muerta. Volví a verla al día siguiente, en el parque de nuevo. Volví a conocerla y volví a preguntar por su hija. Volvimos a ser amigas y volvimos a ser compañeras de piso. Volvió otras miles de veces a casa, con el rostro maquillado de lágrimas, diciendo que le habían quitado a su hija. Siempre se repetía la misma historia, una y otra vez. He perdido la cuenta de cuantas veces he conocido a mi mejor amiga. A pesar de ello, disfruto de su compañía y se me olvida la soledad.

Nunca llegué a preguntarle por su nombre.
Quizás algún día lo haga.

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