martes, 13 de septiembre de 2011

Al hombre que miraba


Decidieron llamarle "El Pasmao". 
Se les ocurrió el segundo día que fueron a jugar cerca de la calle principal. Ya sabéis, esa calle donde están todas las tiendas de souvenirs y el parque. Imagino que recordáis a Luis, ¿no?. ¿Y a Jorge? ¿Os acordáis también de Dani? Son aquellos tres chiquillos que iban todas las tardes a pescar cerca de la tubería que da al río. Ahora ya deben de andar rondando los treinta.

Dió la casualidad que la hermana de Luis me llamó el otro día por teléfono contándome una historia sobre ellos. No sé si será verdad, pero desde luego, ella está totalmente convencida. Incluso tiene pruebas. Déjame contártela tal y como a mí me la contó ella:

Luis llegó con sus amigos a la calle principal poco antes del atardecer. Empezaba a bajar el sol y comenzaba a hacer algo más de fresco. Se agradecía la brisa marina que comenzaba a hacerse notar entre los pliegues de la ropa, refrescando el cuerpo seco por el sol. El cielo comenzaba a teñirse de naranja y las nubes, caprichosas, se vestían de morado. La gente empezaba a salir de sus casas tras una tarde en la que parecían derretirse hasta los bordillos de la acera. Era el momento en que la calle empezaba a llenarse de gente que salía a pasear, para disfrutar de los últimos rayos del sol. Pero Luis y sus amigos no tenían miedo al calor, y habían pasado la tarde entera pescando. O al menos, echaron los anzuelos al agua, porque aquella tarde los peces habían sido más listos que ellos, y no habían pescado a ninguno. Y tras esa tarde de poco éxito, pasaron por casa a dejar sus derrotadas cañas y a recoger la merienda. Era uno de los mejores momentos, llenar esos estómagos vacíos, como cuando te sientas a comer un bocadillo tras un día de caminata. Habian hecho hambre, de eso no hay duda. Y ahora tocaba salir a jugar con su merienda entre las manos. Habían quedado en ir a la calle principal esta tarde, y hacia allí salieron rápidamente, cogiendo el bocadillo casi antes de que sus madres terminaran de envolvérselo en papel de plata.

Primero llegó Dani, que estaba sentado desde hacía un rato en el banco. Luis y Jorge llegaron poco después.

- ¿A qué podemos jugar hoy? - dijo Jorge.
- A mí me da igual. Hoy hay mucha gente, es sábado. - dijo Dani.
- Yo estoy cansado. Creo que me ha dado mucho el sol esta tarde - murmuró Luis - ¿Qué tal si nos quedamos un rato aquí sentados en el banco, mientras acabamos de merendar?.
- ¡Vale! - exclamaron Jorge y Dani al unísono.

Mientras engullían sus respectivos bocadillos, miraban a la gente pasar como si fuese una televisión. Una señora con un carrito de bebé, una pareja de veinteañeros, un hombre con sus dos hijas pequeñas. Los tres amigos estaban demasiado cansados todavía como para irse a nadar, y demasiado nerviosos como para quedarse en casa. Por lo que continuaron sentados en los bancos un buen rato más. Tampoco les supuso ningún problema, ya que solo en verano pueden pasarse el día en la calle sin hacer nada más que estar en la calle.

- Mirad a ese - dijo Jorge señalando.
- ¿Qué le pasa? - preguntó Luis.
- Lleva ahí como 5 minutos parado, sin hacer nada.. - dijo Jorge, mientras masticaba un trozo de salchichón.
- ¿Y qué? Estará descansando, como nosotros. - murmuró Dani mientras se secaba un rastro de sudor que le caía por la frente.

Así pasaron el rato, hablando de la gente que veían pasar por la calle y disfrutando de su deliciosa y moribunda merienda. Y cuando por fin acabaron, se fijaron en que aquel hombre continuaba allí, inmóvil.

- ¿Es ese hombre que antes estaba descansando.?- dijo Jorge.
- ¿Sigue ahí?- preguntó Luis.
- Sí. Bah, da igual, quiero irme ya. ¿Nos vamos a dar un baño a la piscina? Tengo calor... - dijo Jorge mientras se ponía en pie. Los otros dos le siguieron sin decir ninguna palabra.

Y allí dejaron al hombre que descansaba.

A la tarde siguiente, tras la obligatoria sesión de playa y pesca, volvieron a la calle principal. Esta vez decidieron jugar a "polis y cacos" entre la multitud. Era algo que les encantaba. Perseguirse los unos a los otros entre un mar de gente. Les encantaba esconderse entre la multitud, intentando pasar desapercibidos. Era como recorrer un laberinto de personas. Y adivina a quién se encontraron: efectivamente, se encontraron a aquel hombre otra vez, que continuaba allí con la misma ropa, con la misma mirada inmutable y en la misma postura en que lo dejaron la tarde anterior.

- Mira a ese. Sigue igual que ayer. - dijo Dani.
- Si que parece que esté igual, sí. ¿A qué estará esperando? - preguntó Luis.
- Vete a saber.... ¿habrá pasado la noche aquí? - dijo Dani.
- Vamos a acercarnos, a ver que dice. - sugirió Jorge.

Se abrieron paso entre la gente, y al llegar junto a la farola, se pusieron junto a aquel hombre. Hoy había menos gente que el día anterior pero seguía costando algo de esfuerzo cruzar el río de personas.

- Oiga señor...- dijo Luis con algo de vergüenza.
- .....
- ¿Oiga? - volvió a decir Luis.

Aquel hombre no contestaba. Tenía la mirada fijada al final de la calle, aunque allí no había nada en particular. Ni un movimiento más allá de la indispensable respiración.

- ¿Hola? - continuó Luis.
- Creo que no te oye - respondió Jorge - no hace nada. Está como “pasmao.”

Dani estiró al hombre de una de las mangas, en busca de alguna reacción. Nada. El hombre no hacía ningún movimiento. Solamente se mecía al compás de los tirones de Dani. Respiraba, parpadeaba. Poco más.

- ¡Pasmao! ¿No me oyes? - gritó Luis.

Nada.

Tras varios intentos más, se declararon derrotados y continuaron jugando el resto de la tarde, apenas dándole importancia a lo sucedido. Y "El Pasmao" no se movió de su sitio. Luis se giraba de vez en cuando para mirar a aquel hombre, desconcertado. A los otros dos, parecía no importarles.

Pasaron los días, y cada tarde, allí estaba "El Pasmao". Ya quedaban todos los días directamente allí para jugar. "Vayamos a jugar donde El Pasmao" decían. Y lo utilizaban en sus juegos, poniéndole gorros de papel a modo de soldado, atándole cuerdas como si fuese un rostro pálido, olvidándose de que era un ser humano.

Una noche, Luis no podía dormir. No dejaba de pensar en aquel hombre. Un hombre que no se movía, que ni siquiera necesitaba sentarse. No comprendía que podía sucederle, ni cómo era posible que aguantase ahí. ¿Volvería a casa por las noches? Estas y otras dudas le asaltaron la mente como el agua a un pañuelo que cae en agua. Por fin, decidió que debía ir a verlo en ese mismo instante. Debía responder a tantas preguntas... y en mitad de la noche salió corriendo hacia la calle principal. Allí estaba "El Pasmao" como si siempre hubiera estado allí. Luis lo miró atónito. A pesar de que había ido expresamente a verlo, no esperaba encontrárselo. Eso le hubiese dado una explicación. El hombre iba a su casa y dormía, comía, y hacía todo lo que un ser humano necesitaba para mantenerse vivo. Pero no "El Pasmao". Él solamente necesitaba estar allí. Luis se alejó corriendo, asustado.

El resto del verano continuó normalmente, aunque Luis siempre ponía excusas para no ir a la calle principal y convenció a los demás para que dejaran de pasar por allí. El nuevo plan era ahora ir desde la pesca a la piscina directamente.

Aquel fue el último verano que Luis fue a aquel pueblo. Los padres de Luis decidieron ir a veranear a la montaña, y poco a poco Luis fue olvidándose de "El Pasmao".

Luis creció, y maduró. Terminó la carrera, comenzó a trabajar. Incluso tuvo un hijo. No fue hasta hace relativamente poco, cuando recibió una llamada. Era su amigo Dani, que por casualidad, había conocido a una chica en la universidad que resultó ser prima de Luis, y le dió su teléfono. Ambos estaban pletóricos de alegría: llevaban casi veinte años sin verse.

Empezaron a hablar de todo. De cómo les había ido la vida. Dani se había casado también, aunque no tenía hijos. Ninguno de los dos había vuelto a saber de Jorge.Recordaron los momentos de pesca, las mañanas en la playa. Recordaron la calle principal, aunque ninguno de los dos recordaba bien a aquel hombre que no hacía nada. Con aquella dosis de nostalgia que recibió Luis de golpe, nada más colgar el teléfono se puso a buscar noticias acerca del pueblo, con la esperanza de recordar los años de su infancia. Y apareció un reportaje. Y adivina sobre qué trataba: sobre "El Pasmao".

El reportaje recogía fotos de muchos años atrás, y en ellas siempre aparecía el mismo hombre. Desde la primera foto, hasta cuando Luis vio al hombre por primera vez, habían pasado unos treinta años. El artículo hablaba de que un hombre había estado hurgando los bolsillos de "El Pasmao", y la suerte quiso que justamente hubiera un policía mirando. Este se acercó, y al ver el estado de aquel hombre, llamó a una ambulancia, creyendo que el hombre sufría algún tipo de dolencia psicológica. Pero a pesar de los esfuerzos de cuatro hombres, no consiguieron moverle de allí. Era como si formase parte del mismo suelo. La ropa parecía estar endurecida, y la piel tenía un ligero tono verdoso. El policía intentó identificar a aquel hombre, pero no tenía documentación, ni nada en los bolsillos. Nada que lo identificara. Por fín, tuvieron que dejarlo allí, aunque durante varios días estuvo vigilándolo, y se dio cuenta de que no se movía ni de día ni de noche. 

Por fin, se puso a ver fotos antiguas (las que cedió a los medios), y se dió cuenta de que llevaba allí más de cincuenta años. Pero no solo eso, sino que además percibió(pese a la mala calidad de algunas de las fotos), que un tono verdoso iba apareciendo en su piel y ropa. Además, la ropa parecía cada vez más y más firme, como si se fuese endureciendo.

Luis no salía de su asombro. Todos sus recuerdos de "El Pasmao" le vinieron de golpe. El primer día que lo vieron, los juegos, la noche en la que fue a verlo... No podía creérselo. Tenía que ir a verlo. Y así lo hizo. Al día siguiente, condujo hasta aquel pueblo de veraneo, a ver a su querido enemigo "El Pasmao".

Efectivamente, allí continuaba, con idéntica mirada perdida en la lejanía. Misma ropa, aunque con un claro tono verdoso metalizado, acumulado durante los años, tal y como decía el artículo. A su alrededor, había decenas de personas admirándolo como si fuera un monumento. Le hacían fotos, comentaban entre ellos. 

Luis pensó que aquel hombre se estaba convirtiendo poco a poco en una estatua. Y como para confirmar sus sospechas, vió que había una placa que yacía a los pies de "El Pasmao".

En ella rezaba:

"Al hombre que miraba".