...el mejor ejemplo que puedo darle, es uno que me dio mi padre hace tiempo. Verá, cuando todavía era joven y creía que todo era posible, vimos en la tele un programa que hablaba sobre la capacidad de la mente humana. En él hablaban sobre telequinesis, telepatía, premoniciones y cosas así. Hablaban de que la mente humana utilizaba tan solo una pequeña parte de todo su potencial. Me giré hacia mi padre, y le pregunté si él creía en estas cosas. Me contestó que lo que él creía era que si realmente estábamos desaprovechando gran parte de nuestro cerebro, el utilizarlo sería similar a cuando un adulto ve como un vaso que va rodando por el borde de una mesa. Sin darle mayor importancia, recogería el vaso, pues sabe que si no lo hace, sabe que llegará al borde y caerá al suelo. Entonces se rompería, y tendría que recoger todos los pedazos. ¿Cómo hubiese actuado un niño en su lugar? Probablemente no habría detenido el vaso, y al golpear éste contra el suelo se hubiese puesto a llorar asustado.
Mi padre imaginaba que algo similar ocurriría con un ser humano que aprovechase mejor su cerebro. Nosotros vemos el vaso rodar, y quizás alguien podría predecir que tres días más tarde habría un terremoto en India.
Algo similar debe de sucederle a mi Gregorio, mi hermano. No es que aproveche más partes de su cerebro que los demás, sino que lo utiliza de forma diferente. Verá, señor agente, cayó de un segundo piso cuando aún éramos pequeños. Se golpeó la cabeza, y mis padres le ingresaron en el hospital. No recuerdo cuanto tiempo estuvo allí, pero los médicos dijeron a mis padres que mi hermano había perdido la facultad del tiempo. Era incapaz de distinguir un recuerdo de algo que él razonaba. Es decir, que era incapaz de distinguir si el vaso iba a caer, o si había caído ya. Por eso se expresaba confundiendo los tiempos verbales. Además, su capacidad para preveer las cosas se vió muy mejorada.
Aún recuerdo una vez que llegó a casa y dijo:
- Mamá, el pollo de anoche estaba muy rico.
Mi madre había preparado pollo para cenar ese día, la noche anterior habíamos cenado sopa. Ni siquiera había comprado el pollo hasta poco antes de que Gregorio llegase a casa.
Al principio creíamos que era casualidad, pero poco a poco iba acertando cada vez más a menudo. Acertaba las comidas, el tiempo, quién iba a ganar las elecciones, la liga de fútbol... cosas así.
Durante nuestra adolescencia, a mí me encantaba salir con él en busca de chicas. Le preguntaba si se acordaba de cuando había estado saliendo con aquella chica que estaba enfrente de nosotros. Si me decía que sí, entonces me acercaba a ella. Nunca falló.
Pero no todo fue fácil para mi hermano. Gregorio tuvo muchos problemas en la escuela. Alguien que no es capaz de distinguir recuerdos de razonamientos no puede durar en la escuela, y todos lo sabíamos. Se las arregló bien durante los primeros años, cuando las clases aún eran sencillas, pero más tarde no fue capaz de seguir el ritmo del resto de sus compañeros. Dejó el colegio a los catorce años, y comenzó a trabajar en algo sencillo, como era limpiar la Catedral Norte. Simplemente tenía que barrer allá donde hubiese basura. No tenía que preocuparse si lo había hecho ya o no. Solamente debía de preocuparse de que todo estuviese limpio.
Poco más tarde empezó con los hurtos. Robaba sin que nadie le viese, sin molestar. Siempre robó a grandes superficies y comercios, nunca con violencia, ni a gente corriente. Mi hermano podrá ser un ladrón, pero siempre fue honrado, con un particular sentido del honor y de la ética.
Acumulaba todas sus “riquezas” en casa, en un cuarto que dedicó a sus pequeños tesoros. Siempre le dije que lo devolviese, que la gente lo comprendería. Que él estaba enfermo, y que la policía no le diría nada. Pero él no me hacía caso. Me decía que todo aquello lo hacía por mí, en compensación por lo que había tenido que sufrir por él. Por todo lo que le había cuidado, y que se sentía culpable por todo lo que me había hecho pasar. Yo siempre le dije que no pasaba nada, que éramos hermanos, y que era mi deber cuidarle. Que ni yo quería todo aquello que había robado para mí, ni que era necesario el que me pagase todos sus cuidados. Por algo era yo el hermano mayor.
Y así continuó durante toda su vida. Robando para agradecerme. Sacrificándose por mí, igual que yo me había sacrificado por él.
Y esa es la razón por la que estoy aquí, señor agente. Yo no maté a aquella señora para robar su tienda. Fue un accidente, pues Gregorio no es un asesino. De ésto estoy seguro. Todo ese dinero y objetos robados que han encontrado no son míos. Son de mi hermano. Puede que el juicio haya fallado en mi contra, creyéndome culpable y me haya encerrado aquí, pero le juro que soy inocente, que todo esto ha sido culpa de la enfermedad de mi hermano. Yo ya no tengo edad para hacer todas las fechorías de las cuales me culpan. Mi hermano estuvo durante toda su vida compensándome por esto, y al hacerlo, ha causado aquello por lo cual compensarme.
Comprenda mi historia señor agente, se lo ruego.